El sujeto 30.

Mis preferencias, en cuanto a chicos se refiere, han sido relativamente constantes siempre: hombres listos, geeks, gamers, de complexión media a robusta, y preferentemente con gafas. Suelo preferir el tamaño de la mente al de los músculos, y durante mucho tiempo creí que ambos aspectos estaban peleados entre sí. Pensar en un hombre musculoso, equivalía a pensar en un hombre tonto, sin pasión, y sin tema de conversación.

El sujeto número 30 se encargó de romper esta imagen.

Fue un compañero de trabajo hace varios años.

Cuando lo conocí, pasó desapercibido, justamente por no ser el estándar de chico que me suele atraer.

Mientras trabajamos juntos, llegamos a hablar una o dos veces como máximo, y por cuestiones meramente laborales. Una vez que ambos abandonamos ese empleo, sin embargo, comenzamos a escribirnos de manera regular y a salir.

Las primeras citas rebelaron su interés en mí, el cual me resultó inexplicable, pues en cuanto a estilo de vida resultamos polos totalmente opuestos. Aunque encontré en él cierto atractivo, y pese a sus claras intenciones de tener alguna relación más duradera, lo máximo que ocurrió entre nosotros, fueron un par de besos robados al calor de algunos tragos y risas bobas.

Cientos de cosas pasaron entonces. Conocí al sujeto 23, y pensé que pasaría el resto de mi vida con él. El futuro sujeto 30 se mudó a otra ciudad, se sintió herido cuando supo que yo ya tenía pareja, y cortó comunicación conmigo durante mucho tiempo.

Hace apenas un par de meses, habiendo finalizado ya toda relación amorosa, volvimos a ponernos en contacto bajo circunstancias que no recuerdo, y lo primero que noté fue la madurez emocional que adquirió durante ese tiempo de separación.

Visitó la ciudad un par de veces, nos vimos para actualizarnos y compartir unos tragos, y al finalizar cada velada nos despedimos con un par de besos, tal como antes. Existía ya cierta tensión sexual, que preferí ignorar por muchas razones.

La última ocasión, sin embargo, las cervezas y el vodka fueron diluyendo cualquier motivo, complejo o temor que pudiera tener. La plática se tornó provocativa, buscamos contacto físico, y después de varios besos con sabor a alcohol y tabaco, fuimos a parar al hotel en que se hospedaba.

Me sorprendió la ternura y la falta de prisa con la que comenzó. Fue regando besos pequeños aquí y allá, como reconociendo el terreno con paciencia y dedicación., no pudo dejar pasar la oportunidad de demostrar su fuerza y me cargó a la cama. Después, se tomó todo el tiempo necesario en acariciar, besar, probar y desnudar mi piel, y yo tuve a mi vez, tiempo suficiente para memorizar el aroma de su piel y tocar con curiosidad su cuerpo tonificado.

Después de la calma y la delicadeza, demostró intensidad y pasión desmedidas, y admito con un poco de vergüenza, que disfruté enormemente mirar y sentir su torso desnudo.

Pasó de acariciar a estrujar, de tocar a jalar, de la ternura a la fuerza. Procuró mi placer antes que el suyo, supo leer perfectamente cada sonido, cada movimiento y cada gesto, e incluso, eligió los momentos ideales para susurrar frases increíbles a mi oído.

Sólo al final, habiéndome dado todo lo que pude haber querido, y un poco más, se ocupó de terminar de complacerse a sí mismo, en medio de una serie de sonidos que desconocí como suyos, pero disfruté escuchar.

Aunque me hubiera gustado quedarme toda la noche con él, tuve que retirarme, con un ligero beso de despedida de por medio. Dos días después, él volvió a su ciudad. Y la verdad es que, cuando vuelva (porque sé que volverá), me fascinaría repetir la experiencia.

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